El estudio de la microbiota intestinal es un campo en auge desde hace algunos años. Además de ayudar a una buena salud digestiva (mejores digestiones, mejor tránsito intestinal, menor riesgo de cáncer de colon, menos síntomas gastrointestinales como acidez, hinchazón, etc.), la presencia de una microbiota intestinal “sana” se ha asociado con múltiples beneficios para la salud. Hoy en día se habla a menudo del eje microbiota-intestino-cerebro, y se considera que poseer una buena microbiota intestinal nos permite tener mejores funciones neurológicas, psicológicas, inmunológicas u hormonales entre otras.
En el intestino existe una gran red de terminaciones nerviosas que provienen del sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático, en especial del nervio vago y de los nervios de la médula espinal, así como una red neuronal intrínseca, llamada sistema nervioso entérico. Estas redes están interconectadas. Por medio de la liberación de numerosas sustancias químicas (neurotransmisores, ácidos grasos de cadena corta, péptidos, hormonas, citokinas, etc.), el nervio vago permite que exista una constante comunicación entre el cerebro y el intestino. La comunicación es bidireccional: el nervio vago libera sustancias en el intestino si se trata de una información eferente y el intestino transmite otras sustancias químicas al nervio vago para que la información viaje hasta el cerebro, si se trata de un mensaje aferente. Estas sustancias químicas pueden ser producidas tanto por las terminaciones nerviosas, las células intestinales o inmunitarias de la pared del intestino, como, en gran medida, por la microbiota. Así pues, la microbiota juega un papel crucial en la comunicación intestino-cerebro. Quiero aclarar que el nervio vago, aun siendo la principal vía de comunicación entre el intestino y el cerebro, no es ni mucho menos la única. Otra vía de comunicación importante es la vía sanguínea (hormonas, citokinas u otras sustancias químicas producidas a nivel cerebral que viajan al intestino por la sangre, y viceversa). No me adentraré mucho más en el apasionante mundo del eje intestino-cerebro, que daría para escribir varios libros, pero, a título de ejemplo, podría decir que está más que demostrado que las personas que padecen enfermedades psiquiátricas como la depresión o la ansiedad, enfermedades neurodegenerativas como Alzheimer o Parkinson o trastornos del neurodesarrollo (trastornos del espectro autista por ejemplo) suelen tener una alteración profunda de su microbiota intestinal, lo que se conoce como “disbiosis”.
En el intestino residen alrededor del 80% de las células inmunitarias de nuestro cuerpo, pues es la principal “aduana” de nuestro cuerpo, donde se produce el mayor intercambio con el exterior. La interacción entre la microbiota y las células inmunitarias intestinales desde los primeros días de vida es fundamental para que la inmunidad de una persona se desarrolle normalmente. El sistema inmunitario aprende así a tolerar aquellos microorganismos que forman parte de nuestra microbiota y que nos ayudan en múltiples funciones de nuestro cuerpo, y a atacar a los microorganismos que son peligrosos para nuestra salud.
La microbiota intestinal, además, es nuestra gran aliada a la hora de digerir y asimilar correctamente muchos de los alimentos que comemos. Una parte de la digestión de ciertas moléculas de nuestra alimentación, sobre todo los carbohidratos y algunas proteínas, se realiza por algunos microorganismos. Y lo que es más importante, estos microorganismos fabrican los llamados “ácidos grasos de cadena corta” o “short chain fatty acids” (SCFA) en inglés (butirato, propionato y acetato) a los cuales se les atribuyen numerosos efectos sobre nuestro organismo. De hecho, actualmente se piensa que los SCFA son capaces de regular entre el 5% y el 20% de nuestros genes, actuando pues en nuestro metabolismo así como en la diferenciación y proliferación celular. También regulan la respuesta inmunitaria del intestino, como ya he comentado, la producción hormonal por parte de las células de la pared intestinal y la motilidad intestinal, favoreciendo el tránsito. Además, son una importante fuente de energía, en especial para las células de nuestra pared intestinal. Los microorganismos de nuestra microbiota también fabrican neurotransmisores, como ya he comentado, y vitaminas (como la vitamina K o vitaminas del grupo B, B12 principalmente). Asimismo, los microorganismos “buenos” de la microbiota fabrican sustancias, como el agua oxigenada o la bacteriocina, que matan o inhiben el crecimiento de otros microorganismos “malos” o “menos buenos”. Por todo ello, puedes hacerte una idea de lo importante que es tener una microbiota sana, sin disbiosis.
Relación microbiota intestinal y sistema urogenital
La presencia de ciertos microorganismos intestinales puede desencadenar diferentes reacciones inmunológicas o neuro-hormonales que afecten al estado neuro-inmumo-hormonal de nuestro cuerpo, y más especialmente al de nuestro sistema urinario. Un estado de inflamación crónica de bajo grado provocado por el consumo de alimentos pro-inflamatorios (cereales, lácteos de vaca, productos que comporten sustancias tóxicas, etc.) o por la presencia de ciertos microorganismos proinflamatorios puede generar una respuesta inmune sistémica alterada, ya sea por exceso o por defecto, una alteración en los niveles de ciertas hormonas y neurotransmisores como el cortisol o la serotonina, y una propensión a las infecciones de orina u otros problemas urológicos. De la misma manera, una producción poco abundante por parte de la microbiota de ciertos neurotransmisores “relajantes” como el GABA podría teóricamente generar una hipertonía muscular, y el consiguiente déficit de relajación de esfínteres, favoreciendo la aparición o el empeoramiento de una micción no coordinada o de un estreñimiento.
La relación entre alimentación, microbiota intestinal y sistema urinario es muy compleja, y estamos aún muy lejos de comprenderla bien. En los últimos años, se sospecha que existe un constante intercambio de información entre la microbiota intestinal, urinaria y vaginal (en el caso femenino) o prostática (en el caso masculino). Esta conexión multidireccional es más compleja de lo que se suponía, hasta el punto de que la composición de una de las microbiotas puede influenciar a las otras, aún sin producirse un traspaso “directo” de microorganismos. Se necesitan aún muchos estudios para comprender a fondo estos mecanismos.
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