En el intestino existe una gran red de terminaciones nerviosas que provienen del sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático, en especial del nervio vago y de los nervios de la médula espinal, así como una red neuronal intrínseca, llamada sistema nervioso entérico. Estas redes están interconectadas. El nervio vago es un nervio cerebral que desciende por el cuello y se extiende (o “vaga”) prácticamente por todo el cuerpo, de ahí su nombre (no es que sea un nervio “perezoso”, como muchos piensan). Es el principal nervio del sistema parasimpático. A nivel intestinal, favorece las secreciones de los órganos digestivos y los movimientos intestinales que favorecen la digestión y hacen avanzar el bolo alimenticio y las heces. Tiene alrededor de un 20% de fibras eferentes (que llevan mensajes nerviosos del cerebro al intestino) y un 80% de fibras aferentes (que transmiten información del intestino al cerebro). Gracias a este nervio, existe una constante comunicación bidireccional entre el cerebro y el intestino. Esta comunicación se realiza por medio de sustancias químicas (neurotransmisores, ácidos grasos de cadena corta, péptidos, hormonas, citokinas, etc.) que el nervio vago libera en el intestino si se trata de una información eferente o que el intestino transmite al nervio vago para que la información viaje hasta el cerebro, si se trata de un mensaje aferente. Estas sustancias químicas pueden ser producidas tanto por las terminaciones nerviosas, las células intestinales o inmunitarias de la pared del intestino, como, en gran medida, por la microbiota. Así pues, la microbiota juega un papel crucial en la comunicación intestino-cerebro. Quiero aclarar que el nervio vago, aun siendo la principal vía de comunicación entre el intestino y el cerebro, no es ni mucho menos la única. Otra vía de comunicación importante es la vía sanguínea (hormonas, citokinas u otras sustancias químicas producidas a nivel cerebral que viajan al intestino por la sangre, y viceversa). No me adentraré mucho más en el apasionante mundo del eje intestino-cerebro, que daría para escribir varios libros, pero, a título de ejemplo, podría decir que está más que demostrado que las personas que padecen enfermedades psiquiátricas como la depresión o la ansiedad, enfermedades neurodegenerativas como Alzheimer o Parkinson o trastornos del neurodesarrollo (trastornos del espectro autista por ejemplo) suelen tener una alteración profunda de su microbiota intestinal, lo que se conoce como “disbiosis”. Si quieres conocer más cosas sobre la microbiota intestinal, te recomiendo que leas este artículo: El papel del intestino y su microbiota. Eje intestino-cerebro.
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