Introducción a las sustancias antimicrobianas

La mayoría de nosotros estamos en contacto cotidianamente con sustancias antimicrobianas, muy a menudo sin saberlo. Somos conscientes de que usamos habitualmente algunos productos como los geles hidroalcohólicos, tan a menudo utilizados desde la pandemia Covid-19 o muchos productos de limpieza que llevan alcohol u otros desinfectantes para limpiar las superficies de nuestros hogares o lugares de trabajo. Estos productos pueden dañarnos, principalmente por alterar la microbiota de nuestra piel, que es un mecanismo de protección muy importante. Sin embargo, no son ni de lejos nuestra principal fuente de exposición a productos antimicrobianos. Y es que, sin ser conscientes, cada día nuestro cuerpo entra en contacto y asimila numerosas sustancias con efecto antibiótico que repercuten negativamente en nuestra microbiota y nuestra salud. En los siguientes artículos repasaré algunas de las sustancias con efecto antimicrobiano que, sin saberlo, pueden dañar nuestra salud.

     Sin embargo, antes de adentrarnos en este tema, me gustaría hablar un poco de la higiene. La higiene es muy importante, pues es una de las cosas que nos ha permitido progresar como sociedad, evitando numerosas enfermedades transmisibles. El problema es que, actualmente, vivimos un periodo de fobia a los microbios, donde muchas personas creen que hay que hacer la guerra contra cualquier microorganismo de nuestro entorno. Este punto de vista es peligroso, pues hay mucha evidencia científica aplastante que confirma la importancia de tener una buena microbiota en todo nuestro cuerpo, y su relación con la salud. 

     Desde la llegada del Coronavirus hace ahora varios años, nos hemos acostumbrado a “sobredesinfectar” nuestros hogares o lugares de trabajo y a “sobredesinfectarnos” nosotros. Si a esto le sumamos el efecto de los tóxicos antimicrobianos que nos rodean y la utilización indiscriminada de los antibióticos por parte de muchos profesionales sanitarios, por ejemplo, para tratar la bacteriuria asintomática de la que ya he hablado, el caldo de cultivo para que desarrollemos infecciones cada vez más virulentas está servido. 

     En el caso de las infecciones de orina, la prevalencia de gérmenes multirresistentes está aumentando. Es por ello que, si bien recomiendo tener una rutina de higiene normal y cotidiana, no recomiendo la “sobrehigiene”, y menos en el área genital, pues se puede alterar la microbiota local. No suelo recomendar a mis pacientes el uso de jabones íntimos ni las duchas vaginales, por mucho que sean de farmacia. Los genitales externos, basta con lavarlos con un poquito de espuma de jabón natural sin aditivos (jabón de Alepo por ejemplo). La microbiota, si es la correcta, hará el resto.

Sustancias antimicrobianas en la agricultura y la ganadería

Muchos pesticidas actúan como plaguicidas antimicrobianos, matando directamente los microorganismos presentes en los vegetales. Estos plaguicidas pueden ser aplicados directamente sobre los cultivos, o estar presentes en los suelos y las aguas de regadío. Así, es posible que, a pesar de alimentarnos con vegetales orgánicos, estemos en contacto con estas sustancias debido a esta contaminación. 

     Por otro lado, tenemos los antibióticos y antifúngicos que se administran a los animales de ganadería y piscifactoría, ya sea para tratar enfermedades infecciosas, o bien para prevenirlas. En Europa occidental el uso de antibióticos para el ganado está más regulado que en otros países, pero sigue sin ser anodino. Por si fuera poco, algunos de estos animales también ingieren productos antimicrobianos con la comida, pues los cereales, soja u otro alimento que se les da pueden haber sido tratados previamente con agentes antimicrobianos para garantizar su conservación. Estas sustancias, además de acumularse en el organismo de los animales y pasar al nuestro cuando nos alimentamos de ellos, también pasan a los suelos y aguas al ser eliminadas por la orina de estos animales o por sus heces, si éstas son utilizadas posteriormente como fertilizante. Así que, de nuevo, nuestros suelos se contaminan con estos productos y posteriormente nos contaminan a nosotros, independientemente de que tengamos una dieta omnívora o vegana. 

     Existen numerosos estudios que analizan la prevalencia de cepas microbianas resistentes a múltiples antibióticos. Se postula que una de las principales fuentes de este tipo de bacterias multirresistentes sería precisamente la microbiota de nuestros suelos. Por todo ello, aunque no podemos protegernos al 100%, sí que podemos disminuir nuestra exposición a este tipo de sustancias consumiendo productos ecológicos que no habrán sido tratados con pesticidas y evitando el consumo de peces de piscifactoría y de animales de la ganadería intensiva. Los animales criados en libertad, como los pollos ecológicos o las reses de pasto están menos expuestos a estos productos pues el uso de antibióticos de manera preventiva está prohibido. Además, no reciben tantos tratamientos antibióticos como los animales de la ganadería intensiva. Si bien se permite en algunos casos tratar con antibióticos si existe una enfermedad infecciosa, debemos saber que estos animales enferman menos a menudo, pues gozan de mucha mejor salud gracias a sus mejores condiciones de vida. Y dentro de este tipo de carne, te recomiendo que consumas aquélla que sea de producción europea. No basta con que sea de “origen” europeo, pues puede ser que se haya embalado o manufacturado en Europa. Debes asegurarte que se trata de carne producida en Europa. 

Aditivos alimentarios

Existen muchos aditivos alimentarios, y en especial conservantes, con efectos nocivos sobre nuestro organismo y nuestra microbiota. No es el objetivo de este artículo hablar de todos ellos, pues son demasiados y yo no soy ninguna experta. Sea como fuere, debemos ser conscientes de que estamos rodeados cotidianamente de la mayoría de estos tóxicos y, aunque no es posible evitarlos por completo, sí podemos intentar minimizar nuestra exposición (elaborar comidas caseras a partir de alimentos no procesados y de origen ecológico si es posible, comprar pocos alimentos industriales, utilizar cosméticos o productos de higiene personal sin parabenos, o incluso caseros, fabricándolos nosotros mismos, etc.). Supone evidentemente un esfuerzo económico y personal, pero nuestra salud nos lo agradecerá. 

     Si quieres más información al respecto, las tablas 3 y 4 te muestran una lista de los conservantes “E” más frecuentes de la comida y una lista de todos los aditivos “E” y el grado de seguridad que tienen. Asimismo, aquí tienes dos enlaces al sitio web de la unión europea de la unión europea donde encontrarán información actualizada sobre los aditivos y su normativa:

Triclosán

El triclosán es un conservante con poder antimicrobiano. Su uso en alimentos no está admitido, pero se utiliza ampliamente en los productos de higiene personal y cosméticos, así como conservante de algunos fármacos. Está muy presente en el medio ambiente y, además de su poder antimicrobiano, también se ha detectado que posee un efecto disruptor endocrino a nivel de las hormonas tiroideas. La Unión Europea permite su uso en una concentración máxima del 0,2% en los enjuagues bucales y en una concentración máxima del 0,3% en jabones y geles, pastas de dientes, desodorantes líquidos o en barra y maquillajes. 

     Debido a su ubicuidad, cada vez hay más preocupación al respecto, pues, además de los efectos directos sobre nuestra salud, se sospecha que puede ser otro de los agentes causantes de la aparición de microorganismos resistentes en nuestro medio, pues su modo de acción se asemeja al de los antibióticos. De hecho, se ha estudiado como posible agente protector frente a las infecciones urinarias en las personas portadoras de una sonda permanente, utilizándolo a modo de recubrimiento de los catéteres urinarios. Estos estudios no han sido concluyentes precisamente porque se observó la aparición de microorganismos uropatógenos resistentes (Escherichia coli, Proteus) al poco tiempo de usarlo, así como resistencia cruzada con algunos antibióticos. Además, se ha visto que triclosán no es efectivo contra algunas bacterias como Pseudomona aeruginosa o ciertas cepas de Proteus, ambas muy frecuentemente implicadas en la colonización e incrustación de las sondas urinarias. Sabiendo que, según algunos estudios, se estima que el 75% de los adultos eliminamos triclosán en orina, podemos imaginar que este agente químico, de la misma manera que los parabenos, podría tener una implicación en las infecciones de orina de repetición al alterar la microbiota vesical y favorecer la aparición de cepas microbianas multirresistentes. Desgraciadamente, no existe literatura científica al respecto, pero es una hipótesis que valdría la pena confirmar.

Parabenos

Una fuente de exposición inadvertida a productos antimicrobianos son los agentes conservantes de alimentos y productos cosméticos, y en especial dos de ellos: los parabenos y el triclosán. La industria utiliza estas sustancias precisamente por su poder antiinfeccioso. Los parabenos son un grupo de productos químicos que se emplean como conservantes de alimentos y también como conservantes de productos cosméticos y de higiene personal, así como biocidas en textiles y en papel, pues inhiben el crecimiento de bacterias, hongos y virus. Además de su efecto antibiótico, también muestran un efecto disruptor endocrino de tipo estrogénico y se han relacionado con algunos tumores, en especial con el cáncer de mama. 

     Los más utilizados en cosmética son metilparabeno, propilparabeno, butilparabeno y etilparabeno, mientras que en los alimentos los encontramos “escondidos” detrás de un código E: E-214 y E-215 (etilparabenos), E-218 y E-219 (metilparabenos). El Comité Científico de Seguridad de los Consumidores de la Unión Europea (SCCS) prohibió en 2014 el uso de parabenos de cadena larga: isopropylparaben, isobutylparaben, phenylparaben, benzylparaben y pentylparaben. Además, los E-216 (propylparaben) y E-217 (natriumpropylparaben) están prohibidos en alimentos y el E-216 también en productos para niños menores de 3 años en la zona del pañal. 

     Podemos encontrarlos en la mayoría de productos cosméticos que no lleven una etiqueta “libre de parabenos”: esmaltes de uñas, cremas hidratantes, desodorantes, champús, productos para la higiene facial, lociones para después del afeitado, filtros solares, máscaras de pestañas, sombras de ojos, maquillajes o pintalabios, entre otros. En la alimentación se utilizan para conservar bebidas (cervezas, refrescos), siropes, salsas, postres o helados, productos de pastelería, vegetales procesados, aceites o fiambre, entre muchos otros. Algunas frutas como los arándanos pueden contenerlos de manera natural. 

     Cuando los ingerimos, son metabolizados por el hígado y el riñón, y eliminados por la bilis (heces) y sobre todo por la orina, es por ello que a menudo los estudios científicos sobre exposición a disruptores endocrinos miden estos compuestos en orina. Gracias a esta rápida metabolización se cree que son menos peligrosos cuando son ingeridos que cuando se aplican sobre la piel y son absorbidos por ésta, como es el caso de los cosméticos y productos de higiene personal, pues en este caso el parabeno no llega directamente al hígado para ser detoxificado. De las dos maneras, ingesta o aplicación cutánea, lo que sí que es cierto es que la vía principal de eliminación será la urinaria, por lo que debemos preguntarnos si estos productos pueden ser una causa de alteración de la microbiota urinaria así como de alteración de la pared vesical, teniendo en cuenta su efecto estrogénico y la importante densidad de receptores de estrógenos con que cuenta nuestra vejiga. Teniendo en cuenta que las mujeres consumen muchos más cosméticos que los hombres por lo general, tengo la hipótesis de que estas sustancias podrían tener una influencia en la fisiopatología de las infecciones urinarias. Desgraciadamente no existe literatura científica al respecto, por lo que a día de hoy no puedo validar mi hipótesis.