Sabemos que algunos alimentos tienen de por sí el poder de inflamar la pared intestinal, pues el sistema inmunitario los reconoce como “agentes extraños” y evita que atraviesen la barrera intestinal, mientras que otros sólo inflaman el intestino si son mal digeridos.
Algunos ejemplos de alimentos proinflamatorios son los cereales que contienen gluten u otro tipo de lectinas, de las que luego hablaremos, los lácteos y los alimentos que contienen ácidos grasos omega 6 (la mayoría de las semillas y sus aceites, los cereales, etc.). Cuando hablamos de una alergia alimentaria, nos referimos a una reacción inmunitaria producida por el contacto con ciertas sustancias de los alimentos, mediada directamente por las células del sistema inmunitario o por los anticuerpos tipo IgE, en la que se liberan citoquinas proinflamatorias y otras sustancias y se pone en marcha una verdadera reacción inflamatoria que puede llegar a ser muy peligrosa. Cuando nos referimos a una intolerancia alimentaria, sin embargo, en principio suele tratarse de una reacción no específica del sistema digestivo, no mediada por la inmunidad, por déficits a nivel de algunas enzimas de la digestión o por alteraciones en la microbiota que impiden una buena metabolización de algunas sustancias ingeridas. Aunque en este caso no hay una activación directa del sistema inmunitario intestinal, la realidad es que la presencia de sustancias mal digeridas y una alteración de la microbiota local, en la práctica, acabará muy probablemente provocando un estado de inflamación a nivel intestinal. La activación excesiva de las células inmunitarias intestinales va a hacer que éstas se pongan a fabricar de manera masiva unas moléculas llamadas citoquinas proinflamatorias, que se liberan a la circulación sanguínea y sirven para atraer más células inmunitarias a la zona inflamada (es como si las células “pidieran refuerzos” a otras unidades del sistema inmunitario). Así, las citoquinas servirán para aumentar la respuesta inflamatoria local. Si la exposición a la sustancia que ha provocado la inflamación persiste, por ejemplo, si comemos cada día un alimento que no toleramos bien, esta inflamación local puede hacerse crónica, aunque no se trate de una alergia. Así, si la pared intestinal está inflamada, sus células, llamadas enterocitos, que participan activamente en la digestión, no realizarán correctamente su función y por ello, el procesamiento y digestión de aquellas sustancias que se produce a nivel de estos enterocitos se verán alterados. También, la absorción desde el intestino de numerosas sustancias beneficiosas será menos eficiente, pudiendo dar lugar a ciertos déficits nutricionales. Además, ciertas moléculas como el gluten o la caseína de la leche son muy similares a algunas moléculas de la superficie de nuestras células, como las células de la glándula tiroidea por ejemplo. Así, si nuestro sistema inmunitario reacciona ante estas sustancias, se puede producir por error una reacción autoinmune hacia nuestras propias células y provocar enfermedades como la tiroiditis autoinmune.
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