Comprender la estructura del  intestino

La pared intestinal está formada por varias capas de tejidos y células  especializadas cuya disposición en forma de pequeños pliegues llamados  vellosidades intestinales le permite facilitar la digestión y absorción de  nutrientes. De dentro a fuera encontramos la mucosa, la submucosa, la  capa muscular y la serosa más externa. El epitelio de la mucosa intestinal  se compone de una sola capa de células. Está recubierto de moco, una  sustancia que le confiere protección y le permite albergar a numerosas  bacterias de la microbiota intestinal. Las células más numerosas son los  enterocitos, unas células altas y estrechas, que se ocupan de la absorción  de los nutrientes. La superficie de los enterocitos que está en contacto con  la luz intestinal y el moco no es lisa, sino que forma unas pequeñas  protuberancias llamadas microvellosidades que le permiten aumentar  mucho la superficie de absorción de los nutrientes. Se le conoce también  como “borde en cepillo”. Además, estas microvellosidades contienen  algunas enzimas digestivas como la lactasa (que nos permite digerir la  lactosa de la leche), la maltasa (digiere la maltosa), la sacarasa (digiere la  sacarosa) o la aminopeptidasa (que digiere pequeñas proteínas llamadas  di- o tripéptidos y los aminoácidos). Entre los enterocitos se encuentran las  células caliciformes, que se encargan de producir y secretar moco.  También encontramos células endocrinas, que liberan hormonas como la secretina y la colecistoquinina, que controlan la secreción de enzimas  digestivas por el páncreas y la vesícula biliar. En las criptas intestinales, es  decir, la parte más profunda de las vellosidades, se sitúan las células  madre, que se dividen y diferencian a medida que las células superficiales  mueren. Estas células son responsables de la renovación y regeneración  del epitelio intestinal. Bajo la mucosa encontramos la  submucosa, que está formada por tejido conectivo y capilares sanguíneos,  y se encarga de suministrar nutrientes y oxígeno a las células del intestino,  y también de recoger y transportar los productos de la digestión a través de  la circulación sanguínea. La siguiente capa es la capa muscular, que se  divide en dos subcapas: la circular interna y la longitudinal externa. Estas  capas están formadas por células musculares lisas, cuyo movimiento está  gobernado por los nervios del sistema nervioso entérico (relacionado con  el sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático) y se encargan  de los movimientos del intestino. Estos movimientos, como el  peristaltismo, la segmentación, el complejo motor migratorio, la motilidad  colónica o los reflejos, son los que nos permiten hacer una buena  digestión, así como transportar los alimentos a lo largo del tracto  gastrointestinal y eliminarlos por las heces. La capa más externa de la  pared intestinal es la serosa, que está compuesta por tejido conectivo y  células epiteliales. Comporta vasos sanguíneos y se encarga de proteger y  sostener el intestino.

 El intestino tiene su propio sistema nervioso, conocido como “sistema  nervioso entérico”. Está formado por unos 80 a 100 millones de neuronas,  tantas como las que hay en la médula espinal. Tiene la capacidad de  funcionar de manera independiente, pero también está conectado con el  sistema nervioso central por medio del sistema nervioso autónomo  (simpático y parasimpático). Tiene dos componentes principales, el plexo  submucoso de Meissner, situado por debajo de la submucosa y el plexo  mioentérico de Auerbach, situado entre las capas musculares circular y  longitudinal. El plexo de Meissner está más desarrollado en el intestino  delgado y colon.

 Se ocupa principalmente de regular la digestión y absorción a nivel de la  mucosa y de los vasos sanguíneos, en función de la estimulación  producida por los nutrientes. El plexo de Auerbach coordina la actividad de  las capas musculares para permitir los movimientos intestinales que he  nombrado antes.

       –        Intestino Poroso o “Leaky – gut”

 La pared intestinal tiene una estructura compleja. Está tapizada por una  única capa de células rectangulares llamadas enterocitos.  Estas células están unidas entre sí por las proteínas llamadas  “tight junctions” en inglés o “uniones estrechas” que se encuentran en sus  paredes laterales y son impermeables al paso de sustancias, a no ser que  los enterocitos “autoricen” su apertura. Así, la mayoría de sustancias que  absorbemos pasan a través de estas células para entrar en nuestro cuerpo,  y no entre ellas, lo cual permite un mejor control de lo que pasa y lo que no.  Estas células además tienen un “borde en cepillo” en la parte superior (la  parte que da hacia la luz intestinal), que son unos pelitos llamados  microvellosidades que les permiten absorber numerosas sustancias de  manera muy eficaz. También, en la superficie de las microvellosidades, se  encuentran ciertas enzimas que ayudan a terminar de digerir los alimentos,  cuya digestión empezó en la luz del estómago o del intestino gracias a los  jugos gástricos o pancreáticos, que son unos líquidos cargados de  enzimas digestivas que se liberan cuando comemos. Un ejemplo de esto  es la lactosa, el azúcar contenido en los productos lácteos, que se digiere a  nivel de las microvellosidades intestinales gracias a una enzima llamada  lactasa, y cuyo déficit puede producir la famosa intolerancia a la lactosa.  Cuando hay una inflamación crónica en la pared intestinal, los enterocitos  pueden morir o perder las microvellosidades, y eso puede favorecer la  malabsorción, las malas digestiones o incluso las intolerancias (por  ejemplo, la intolerancia a la lactosa puede ser genética si falta el gen que  codifica la lactasa, o puede ser adquirida por una excesiva inflamación  intestinal crónica). Asimismo, se pueden abrir “poros” entre las células por  pérdida o por mala función de las uniones estrechas, de tal manera que se  pierde la impermeabilidad de estas uniones. También hay moléculas como  la gliadina del gluten (su parte no soluble en agua) que tienen la capacidad  de unirse directamente a las uniones estrechas y abrirlas. De esta manera,  aunque no exista inflamación, estos alimentos pueden producir porosidad  intestinal “per se”. La porosidad intestinal permite que algunas sustancias  que normalmente deberían quedarse en la luz intestinal y no penetrar en  nuestro organismo, como tóxicos o trozos de la pared de algunas bacterias  intestinales llamados lipopolisacáridos, pasen la barrera intestinal sin  ningún tipo de control por parte de los enterocitos. Así, estas sustancias  provocan directamente una reacción inflamatoria local o pasan incluso a la  sangre provocando una inflamación a distancia. Por ejemplo, los  lipopolisacáridos pueden atravesar la barrera hematoencefálica, llegar al  cerebro y provocar neuroinflamación (inflamación del sistema nervioso  central). Se cree que este es uno de los mecanismos que favorecen la aparición de alteraciones del neurodesarrollo en los niños, como el  autismo por ejemplo, o de enfermedades neurodegenerativas como el  Parkinson o el Alzheimer en los adultos.