La microbiota es el conjunto de microorganismos que habitan en todos los tejidos sanos de nuestro cuerpo. Desde que fuera descrita por Albert Döderlein en 1891, se conoce la existencia de una “flora vaginal” o “flora de Döderlein” compuesta principalmente por bacterias del género Lactobacillus, productoras de ácido láctico, como las bacterias que encontramos en muchos productos fermentados como el yogur. Hoy en día, sabemos que todos nuestros tejidos y fluidos están habitados por microorganismos, incluso aquéllos que se consideraban “estériles” hasta hace poco, como la placenta, el líquido amniótico, la orina o el sistema nervioso.
¿Qué es la microbiota génito-urinaria?
Hasta hace poco tiempo, se pensaba que la orina era estéril y que en el tracto urinario no existían bacterias ni otro tipo de gérmenes. Hoy en día, gracias a las técnicas de biología molecular y amplificación genómica que nos permiten detectar microorganismos que no crecen en medios de cultivo convencionales, sabemos que existe una microbiota muy variada a nivel urinario, y que no es la misma que la genital. Sin embargo, aunque los sistemas urinario y genital femenino no compartan la misma microbiota, sí que la composición de una puede verse influenciada por la composición de la otra.
En el caso de la microbiota vaginal, se han descrito seis “vaginotipos”, en función de la predominancia de unos microorganismos u otros (ver la tabla n°1). No profundizaré en lo que se refiere a la descripción detallada de estos vaginotipos, pero es importante destacar que, según el tipo de germen predominante, habrá una mayor o menor producción de ácido láctico, lo que regulará el pH vaginal y, por ende, los microorganismos que allí residirán. A mayor acidez, menor riesgo de colonización vaginal por gérmenes uropatógenos, que no soportan bien el pH muy bajo. Es por ello que las mujeres con vaginotipo I, donde predomina el Lactobacillus crispatus, bacteria que presenta la mayor producción de ácido láctico y que, por tanto, genera el pH más ácido (aproximadamente 4) es el grupo de mujeres que tiene la menor prevalencia de infecciones de orina y de enfermedades de transmisión sexual virales. En el lado opuesto encontramos el vaginotipo IVb, compuesto principalmente por bacterias no lactobacilares, y con un pH alrededor de 5,3. Este pH más elevado predispone a las infecciones de orina, a las enfermedades de transmisión sexual y a las infecciones vaginales (vaginosis).
Hay que destacar además que la composición de la microbiota vaginal se modifica a lo largo de la vida, según los diferentes estados hormonales de la mujer. El grosor de la mucosa vaginal, su contenido en glucógeno (azúcar) y los ciclos menstruales influyen el tipo de gérmenes que predomina en cada momento, pues los lactobacilos se alimentan de las células que se desprenden de la pared vaginal y del glucógeno que contienen. Es por ello que la incidencia de las cistitis aumenta con la edad, y sobre todo a partir de la menopausia, pues la ausencia del estímulo de los estrógenos (hormonas femeninas) adelgaza la pared vaginal y hace que las células estén menos cargadas de glucógeno. Al tener menos alimento, la concentración de lactobacilos disminuye y, por consiguiente, la producción de ácido láctico. Y es por ello que la aplicación de geles hormonales en la vagina, que mejoran el estado de la pared, ha demostrado ser una medida eficaz contra las infecciones de orina en las mujeres post-menopáusicas. También, esto permite comprender por qué algunas pacientes jóvenes suelen padecer infecciones en los días previos a la menstruación o la ovulación: en esos momentos, se produce una caída brusca en los niveles de estrógenos en la sangre, y por ello, un adelgazamiento de la pared vaginal, con la consiguiente disminución de los lactobacilos vaginales. De esa manera, en esos días hay una menor protección frente a los gérmenes uropatógenos.
Además de los cambios hormonales y las modificaciones de la microbiota vaginal, existen otros factores que puede alterar el pH vaginal y favorecer las infecciones de orina en la mujer: las relaciones sexuales y la excesiva higiene intravaginal, así como las duchas vaginales. Es muy frecuente encontrar pacientes que padecen infecciones de orina casi sistemáticamente tras las relaciones sexuales. Siempre se ha atribuido la culpa a la corta longitud de la uretra femenina y al “frotamiento” que se produce durante la relación. Sin embargo, lo que mucha gente desconoce, es que el semen es mucho más alcalino que la vagina, con un pH entre 7,2 y 8 generalmente, a veces incluso más alto. Debido a ello, una eyaculación intravaginal puede subir rápidamente el pH y favorecer de esta manera el desarrollo de bacterias uropatógenas. De la misma manera, aunque parezca paradójico, la utilización excesiva en la zona genital de jabones con pH alcalino (que son la mayoría) o las duchas vaginales pueden también alterar la acidez vaginal y causar un desequilibrio de la microbiota vaginal.
En cuanto a la microbiota urinaria, poco a poco se van teniendo conocimientos más extensos de ella. Se sabe, por ejemplo, que va cambiando con la edad en ambos sexos, al igual que en el caso de la vagina. Recientemente se han descrito siete “urotipos” de microbiota femenina, que se denominan según el género o familia dominante (ver la tabla 2).
En el caso del hombre, la microbiota genitourinaria ha sido mucho menos estudiada. Se conocen algunos microorganismos frecuentes, como Lactobacillus, Sneathia, Veillonella, Corynebacterium, Prevotella,
Streptococcus y Ureaplasma. Estos microorganismos se encuentran tanto en la orina como en la uretra. Recientemente se han descrito seis urotipos en el hombre (ver la tabla 3).
En el caso de la próstata, encontramos una microbiota algo diferente, con géneros como Oceanobacillus, Paenibacillus, Streptococcus, Carnobacterium, Alkaliphilus, Cronobacter, Lactococcus, Enterococcus o Bacillus. Aún tenemos pocos conocimientos sobre el papel de los diferentes microorganismos que componen la microbiota urinaria. Lo que hay que destacar, tanto en el hombre como en la mujer, es que muchos de los gérmenes que consideramos “patógenos” como Escherichia o Streptococcus pueden pertenecer de manera natural a la microbiota de una persona sin por ello causar enfermedad. De ahí la importancia, y no me cansaré de decirlo, de no tratar la bacteriuria asintomática.
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